Hilda Inés Pardo
He regresado con
tu nombre en mis labios y tu recuerdo en el pecho. Aún estás atrapada en un
callejón sin salida y tus alas son un retoño en mis manos.
Había una pared
invisible entre tu encierro y mi libertad. Crecía tu descontento a la par de
las reglas que atrapaban tu juventud. La distancia que marcaste con Julia fue
definitiva.
Bastaban quince
minutos para llegar a tu destierro. Abrir la puerta de un remoto presente y
tocar tu soledad vestida de hábitos negros, mirar tus ojos claros de pájaro
enjaulado, contar las palabras que nos diríamos, ante la mirada dictatorial de
un reloj de convento. Extender el rollo del silencio sobre la prisa de la
entrevista y esbozar una que otra pilatuna. Siempre nos esperaba otro domingo
para completar la historia.
Tu mirada de
miel delataba un pozo de tristeza. La brecha se ahondaba entre tu verdadero
nombre que nunca debió ser el que te pusieron y el otro que decidiste buscar en
tierras distintas.
Todo ha cambiado
en la arquitectura del tiempo, ya no hay espacios inaccesibles. El aire corre
por los viejos pasillos y los recuerdos han huido a un rincón del presente.
Sin embargo he
vuelto a recoger las partículas de recuerdo que me pertenecen, a reconocerme
sin tu sombra. Te juro que en esta piel del presente tengo escrito el paso de
tus palabras, tus secretos, las flores que están en el jardín de la montaña.
Tus cartas sobreviven al miedo de nombrarte, al perfume frío de tus temores, a
ese amor que nunca te quiso.
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