jueves, 16 de octubre de 2014

Puerta de llanto

Hilda Inés Pardo



 He regresado con tu nombre en mis labios y tu recuerdo en el pecho. Aún estás atrapada en un callejón sin salida y tus alas son un retoño en mis manos.
Había una pared invisible entre tu encierro y mi libertad. Crecía tu descontento a la par de las reglas que atrapaban tu juventud. La distancia que marcaste con Julia fue definitiva.

Bastaban quince minutos para llegar a tu destierro. Abrir la puerta de un remoto presente y tocar tu soledad vestida de hábitos negros, mirar tus ojos claros de pájaro enjaulado, contar las palabras que nos diríamos, ante la mirada dictatorial de un reloj de convento. Extender el rollo del silencio sobre la prisa de la entrevista y esbozar una que otra pilatuna. Siempre nos esperaba otro domingo para completar la historia.
Tu mirada de miel delataba un pozo de tristeza. La brecha se ahondaba entre tu verdadero nombre que nunca debió ser el que te pusieron y el otro que decidiste buscar en tierras distintas.
Todo ha cambiado en la arquitectura del tiempo, ya no hay espacios inaccesibles. El aire corre por los viejos pasillos y los recuerdos han huido a un rincón del presente.

Sin embargo he vuelto a recoger las partículas de recuerdo que me pertenecen, a reconocerme sin tu sombra. Te juro que en esta piel del presente tengo escrito el paso de tus palabras, tus secretos, las flores que están en el jardín de la montaña. Tus cartas sobreviven al miedo de nombrarte, al perfume frío de tus temores, a ese amor que nunca te quiso.

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