Tenía los ojos
pintados de paisaje, una represa de tierra prometida en el pecho, los pasos
tatuados en la memoria de los pies. El polvo de su palabra se dispersó en el
hueco reloj del tiempo.
La llamaron de
muchas maneras, algunas que conocían sólo sus sueños. El mundo estaba sumido en
el silencio y cayó en la tentación de conocer las bocas sabias.
Había tocado el
cuerpo del viento con el polen, en los trastos que arrastra su paso de gigante,
una que otra palabra arrebatada a las lenguas ocultas. Ahora el cuerpo fluido
traía una mano larga, un golpe de metal ardiente, un solo pinchazo a la
memoria.
Se inclinó para
oler la hierba que aún no la esperaba. Dejó deshenebradas las agujas de hielo,
las puertas del aire cerradas. Se volatizó en humus. El olvido comenzaba a roer
las letras de su nombre revuelto con cenizas.
Tenía el cuerpo
suspendido del aire, un traje que caminaba del brazo de la multitud.
Era una pantalla donde se
proyectaban todas las historias futuras.
Se agrietó la
blancura de tu calma vertical y tu figura que flotaba en el deseo fue
arrastrada por una ráfaga de barro que se precipitó de las alturas.
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