martes, 14 de octubre de 2014

Estrella

Hilda Inés Pardo


Ahora que eres parte del recuerdo me devuelvo años atrás. Aquella tarde en que el azar nos aproximó, primero en un oscuro pasillo, mirando una lista y después buscando el mismo destino en la pared de un frío edificio.
Te conocí vestida de luto, porque era la primera pena que atracaba en tu joven corazón. Después seguirían otras y entonces estaríamos más lejos de nosotras mismas. Siempre te vi muy próxima a la puerta del otro mundo. Un cigarrillo tras otro bailaba en tus labios cuidadosos poniendo una cortina de humo a la vida.

Descendimos una y otra vez por la larga calle de la soledad, a las horas en que las sombras se materializan y forman caravanas de penados, los que ocupan lugares inadmisibles. Tu casa se volvió cada vez más grande y más cercana al centro de la ciudadela. Nos perdimos en sus corredores estrechos, bebimos muchas noches en los renglones atestados de los cuadernos y luego vomitamos metros y metros de memoria.
Para sostener las noches del retorno volvíamos como dos almas en pena, toreando la oscuridad escondida en cada esquina. En cada calle medíamos con una mirada larga y rápida el miedo y el peligro de ser dos seres perdidos en la penumbra temprana de una ciudad que no trasnochaba.
A veces nos deteníamos en la mitad del camino a contar historias, a ejercer el derecho a la risa y a la libertad de la noche. A probarnos el insomnio en una botella llena a medias. Aún creíamos en la vida y dejábamos la muerte para después.
Cada una escogió un camino diferente y se fue a soñar como edificar el mundo, como materializar las ilusiones.

Al final te fuiste serena y callada, dejando el cuerpo del dolor vacío. Nos dejaste en medio de la batalla. No te quedaron ojos para ver cómo nos derrumbábamos sin remedio.

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