Ruby Cecilia
Santander
Al amanecer el grupo abandonó el
refugio. Pero él no. Al contacto con el prado humedecido por el rocío sintieron
la necesidad de entrar en calor y, como
si se tratara de un equipo de gimnasia, dieron pequeños saltos hasta lograr un
estado físico aceptable. Él, todavía en lo alto del refugio, miró al grupo con
inusitada curiosidad y permaneció allí durante unos minutos más. Había blancas,
negras, doradas, gordas, delgadas, elegantes…
...pero su juventud era notoria
entre todas ellas. Inmóvil, respiró
profundo. En sus venas se había insuflado un gas proteico, febril, que lo
volvía apasionadamente incontrolable. No lo pensó dos veces. ¡Las violaría a todas! Se
lanzó tras ellas y, una por una, fueron recibiendo el holocausto de su
virilidad; es más, lo aceptaron con una satisfacción que no pudieron disimular.
Era, al fin y al cabo, un acto de “sexualidad elemental” con el que todo el
mundo ha estado de acuerdo. Después de su plural demostración viril se acercó
hasta el estanque para mitigar su sed. Con sorpresa pudo, en el espejo del
agua, contemplar la hermosa cresta roja que le había crecido.
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